El racionalismo sostiene que la gente vota basándose en sus intereses materiales, que es consciente de los motivos de su voto… sabemos que no es así. George Lakoff (2007).

La política en el siglo XXI Respon

Román Castro, sociólogo y doctor en ciencias políticas. Es profesor titular de la UNIR  y vicedacano de COI-UCJC.

El texto es un fragmento de: Castro, Román (2016). Preparados para un mundo global. 50 cosas que debe saber para manejarse bien en el siglo XXI. Málaga: Seleer. ISBN: 9788494553318.

Si la política es la gestión del poder en entornos enfrentados y conflictivos, en el siglo XXI será más necesaria que nunca. A medida que se multipliquen los actores, la población, las empresas, los grupos y asociaciones, las dinámicas o el comercio, los conflictos derivados de la pluralidad y la congestión de los nuevos escenarios no remitirán; al contrario, harán más necesaria la política como instrumento de negociación y de intercambio. La incógnita será saber si la política actuará libremente o se someterá al poder financiero, a la economía y, si es así, en qué grado lo hará. No hay que ser un gran adivino para sospechar que la autonomía de la política tiende a encogerse a los dictados de la economía y de los mercados, y no tanto indicándole lo que debe o no hacer, sino configurando marcos favorables a sus intereses. Los políticos serán tan necesarios y alabados como denostados por muchos. La desconfianza hacia ellos no dejará de aumentar en la misma medida en que se acreciente la distancia entre promesas y realidades. La política seguirá siendo necesaria. Su papel de árbitro continuará existiendo. La sociedad no quedará en manos solo de los mercados. Primero, porque esto es imposible, y segundo, porque si no lo fuese, se colapsaría, implosionaría a la primera de cambio.

Los escenarios de futuro propiciarán cambios de gran calado en las diferentes escalas de la política. A partir de nuevas realidades, aparecerán nuevos y renovados temas, liderazgos civiles, políticos, religiosos o militares, frecuentemente locales, pero también de mayor alcance. Líderes que espolearán la palabra mágica y comodín, el cambio, ofreciendo porvenir, vendiendo esperanza, prometiendo futuro, dando calor a través de un sentido de pertenencia compartido y cercano. Nuevas servidumbres que muchos abrazarán. Emergerán partidos políticos minoritarios y extremos, antisistema o disruptivos, algunos extravagantes, que reclamarán el foco de los medios de comunicación y el calor de los votantes. En el horizonte vienen apareciendo, y aparecerán, nuevos mesías, líderes populistas, con gran magnetismo y capacidad de movilización. En este escenario, la mujer continuará asumiendo mayores cuotas de poder político. Cada vez será menos excepcional ver jefas de estado o de gobierno, ministras y altos cargos con nombre de mujer. Quedará por ver si reproducirán parámetros masculinos o serán singulares desde su perspectiva de género.

Nuevos lenguajes

La política del siglo XXI utilizará recursos menos lógicos y formales y más emocionales y argumentativos. George Lakoff sugiere que los verdaderos líderes políticos se distinguirán del resto por su elocuencia y por el dominio del lenguaje y de las emociones. Muchos son los politólogos convencidos de que, al igual que los consumidores no siempre se comportan de forma racional, los electores tampoco lo hacen. Frecuentemente la decisión de votar acaba siendo menos racional que la de comprar un vehículo, animar a tu equipo de fútbol ante una pantalla o fumarte un paquete de tabaco cada día.

Como viene sucediendo desde la emergencia de la televisión y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, los discursos y el mensaje político continuarán simplificándose. La política visual y simbólica, el espectáculo y las imágenes derrotarán al contenido, a la lista de propuestas, a los discursos ideológicos, sesudos e inacabables, que nadie aguantará ni querrá ver u oír. A partir de aquí, la comunicación política se despojará, definitivamente, de la tradicional carga ideológica, del discurso y de los intereses racionales y de grupo, y continuará creando y reproduciendo mensajes simplificados e impactantes de fácil comprensión. Las fases determinantes en la comunicación política seguirán siendo cuatro: simplificar,  dicotomizar entre buenos y malos, inocular miedo y ofrecer salvación. Nada de esto cambiará.

El mensaje político se banalizará en relación directa con los públicos a los que se dirija. Será más trivial y difuso cuanto más gente sea a la que se dirija, y más concreto y definido si los públicos son más reducidos. Fijándonos en el primero ejemplo, el lenguaje audiovisual y la puesta en escena continuarán siendo temas estrella en el mundo de la política. Se personalizará como nunca la política en la figura del líder, a costa del partido o del movimiento que lo abriga, que perderá protagonismo a su favor. Así, los líderes emergerán como los únicos actores políticos del panorama, donde no será tan importante lo que dicen, sino la forma de decirlo y la forma en que sus mensajes encajen en los marcos mentales de los electores. Los nuevos políticos no serán ya sólo los tradicionales políticos de raza. Aquellos que, de forma paciente y laboriosa, medran durante años dentro del partido para promocionarse. Junto a estos, emergerán figuras fulgurantes que, rentabilizando un cierto tirón mediático, captarán la atención y el apoyo de los públicos. Nuevos políticos como actores de cine, cómicos, estrellas del cine porno, deportistas o empresarios de éxito, llegarán a compartir protagonismo con los tradicionales políticos de partido, cuestión que no augura, necesariamente, una alta calidad intelectual de los candidatos, cosa, que en el fondo, quizá llegue a interesar muy poco a la gran mayoría, tal y como vienen recogiendo la sociología electoral.

En la política del siglo XXI, el lenguaje de la imagen, el aspecto físico de los candidatos, sus atributos, sus gestos, su pasión o simpatía, el recurso al humor o presentar a su familia –atributo de gran importancia simbólica–, pueden acabar siendo más influyente en el voto de los ciudadanos que lo que dicen o dejan de decir, o lo que han hecho o dejado de hacer. Aun así, la creación de un líder político ganador no está a expensas de lo que el marketing diga, del color de la corbata o de la intensidad de la luz que se proyecte sobre él en un acto público. Si fuese así, se podrían fabricar líderes ganadores como se fabrican sombreros o se adiestran monos y loros. El éxito de una campaña no recae tanto en la campaña de marketing, como en la oportunidad política y la forma en que el líder dice las cosas, cómo encajan en la mente del auditorio, del idealismo que proyecte y el magnetismo que posea.

Los nuevos partidos

El nombre de los nuevos partidos políticos o movimientos generalistas que emerjan en el futuro adjetivarán bien poco. Seguramente, el nombre no los definirá. Ya no se llamarán, por ejemplo, partido liberal, o socialdemócrata, o de izquierdas o de centro. Adoptarán otros nombres más modernos, y distintos, que provoquen imágenes comunes, no conceptos ideológicos. Que no encasillen. Que no levanten suspicacias entre un amplio abanico de votantes. Quizá se llamarán Todos juntos, Unidos por la dignidad, Movimiento10 o cualquier combinación posible. El substantivo Partido estará en retirada por su descrédito a la hora de encabezar marcas electorales. En el futuro, probablemente, los únicos partidos que contarán serán los de fútbol. La cuestión es distanciarse de lo antiguo, de lo ideologizado, de lo que define y a la vez acota, y ampliar el campo en la pesca de votos. Llamar la atención con el nombre será el mejor punto de partida. La razón es bien sencilla. No parece acertado pensar que los votantes somos sólo de derechas o de izquierdas, independentistas o centralistas o federalistas, monárquicos o republicanos, librecambistas o proteccionistas, deportistas o sedentarios, creyentes o laicos, ecologistas o consumistas a ultranza. Los votantes somos multifunción. Como el robot de la cocina que hace prácticamente de todo. Un mismo votante puede ser distintas cosas según el tema de que se trate: de derechas en política fiscal; de izquierdas, en la ayuda a la cooperación internacional; medioambientalista, cuando le interesa la protección de las especies; o religioso, cuando se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo. Los partidos y líderes del siglo XXI que comprenden esta pluralidad de matices están mejor posicionados para conseguir captar la atención de un electorado ávido de referentes identitarios.

Más historias

Nuestro mundo ha convertido la política en un producto más. La sociedad que se configura en el siglo XXI será una sociedad más de consumidores que no de ciudadanos participantes y políticamente activos. Nuestras sociedades hipermediatizadas se definirán por una gran adicción al espectáculo, al impacto emocional, a las imágenes cautivadoras, y a la chafardería. Las personas comunes solo se harán una idea aproximada de los políticos a través de la imagen que transmitan los diferentes medios. Muchos ciudadanos dirán sentirse cerca de ellos, o conocerlos bien, pero, eso es materialmente imposible, será la ficción de una imagen que se inocula y se incorpora a la cotidianidad de las personas.

El mundo de la política recurrirá con renovada fuerza al storytelling, al arte de contar historias. Como indica Salmon (2010) en su libro Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes, es este un sistema para imponer ideas, generar sentido y controlar conductas. Es una forma distinta de gestionar los relatos para utilizar la narración. Una manera de convencer y movilizar sentimientos y estados de opinión. La gente común procesa mejor la información cuando se presenta en forma de historia, ya que apela a su lado más emocional. Los conceptos complejos son difíciles de comprender, las historias no. Por ejemplo, es más difícil explicar y retener el concepto de sufragio universal y su importancia, que generar una narración que proyecte la imagen de una venerable anciana que, encorvada y con una amplia sonrisa, deposita su voto en una urna. Lo primero exige un esfuerzo cognitivo importante, lo segundo no. Algunos autores, como Giovanni Sartori, a partir de su libro Homo videns, avisan del riesgo de la desaparición del homo sapiens a manos del homo videns. Que el animal racional deje su lugar al animal visual u ocular que ve sin saber. Un humano que, fundamentalmente, visualiza imágenes y no procesa conceptos.

La gente deseará más creer que conocer, confiar que contrastar o ver que leer. Pienso que en el siglo XXI no es del todo seguro que lo que la gente común precise sea más información. En un mundo hiperinformado e hipercomunicado el exceso de información llega a aturdir, confundir y desconcertar. Seguramente, lo que la gente deseará será creer en cosas, y no tanto conocerlas a través de complejas preguntas. Creer que las cosas nos irán bien, que nuestros hijos y nietos, que nuestras empresas y proyectos, tendrán un buen futuro, que el político al que votan es de confianza, que los impuestos que pagan sirven para esto o aquello, y cosas por el estilo. No estamos del todo seguros de que lo que la gente quiere es saber siempre la verdad de las cosas, si es que ésta existe. Posiblemente, todos nos acabamos conformando con interpretaciones de datos o imágenes que encajen en nuestro marco mental. Para ello, la política recurrirá al relato para atraer fidelidades. Narraciones que sean capaces de construir sentido y se camuflen con el mundo real, que induzcan a la identificación con el líder y con su mensaje. Las ideas que conecten con los públicos, y que se vistan de emociones, serán la clave del discurso político del siglo XXI. Sin una buena historia no habrá poder ni gloria que valga.

Más colorido y poca substancia

El recurso a explicar historias ha sido siempre usado por instituciones milenarias que, como las iglesias o los ejércitos, reproducen narraciones y leyendas con moralejas y significados. Conocemos por la historiografía que los grupos o las personas que han querido conquistar o retener el poder, ya sean líderes religiosos o militares, o movimientos ideológicos de cualquier tipo, han tenido que contar historias convincentes sobre todo tipo de temas, problemas y soluciones. En el mundo de la propaganda política también ha sido así. La narración será un instrumento central de persuasión que recobrará inusual fuerza en el siglo XXI. Recurrir a universos narrativos comprensibles que den sentido a lo que sucede, que ofrezcan esperanza, que cuestiones complejas puedan ser reducidas, compactadas, empaquetadas y entendidas, sin importar mucho si quedan o no deformadas, resultará clave. Todo esto será muy aplaudido y deseado, ya sea por grandes masas de personas desorientadas, náufragos en la terminología de Zygmunt Bauman, a partir de su idea de sociedad líquida, o por personas o grupos perfectamente orientados. A los humanos nos gustan las historias, por eso nos agradan los cómics, las canciones, la ópera o la zarzuela, el teatro, los cuentos, las novelas, las revistas del corazón, las películas, los anuncios de televisión o los chistes, que no son otra cosa que historias en miniatura con una gran carga emocional.

 

Bibliografía básica:

Castro, Román (2016). Preparados para un mundo global. 50 cosas que debe saber para manejarse bien en el siglo XXI. Málaga: Seleer. ISBN: 9788494553318.

Castro, Román (1996) (Coord.). Temas clave de ciencia política. Barcelona: Editorial Gestión 2000. ISBN: 84.8088.102.X.

Bauman, Z. (2003). En busca de la política. Madrid: FCE. ISBN 9789505573639.

Klein, N. (2001). No logo. El poder de las marcas. Barcelona: Planeta. ISBN 9788408104322.

Lakoff, G. (2006). Puntos de reflexión. Manual del progresista. Barcelona: Península. ISBN 9788483078426.

Lakoff, G. (2007). No pienses en un elefante. Madrid: Complutense. ISBN 9788474918137.

López, A. (2000). Retórica y comunicación política. Madrid: Cátedra. ISBN 9788437617879.

Salmon, C. (2010). Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Barcelona: Península. ISBN: 9788497111379.

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